Título Original: 地獄
aka: Jigokuaka: The Sinners of Hell
Japón, 1960, Nobuo Nakagawa
Verás querido lector, acabo de leer varias críticas sobre la película, me he visto por segunda vez aquel documental que se hizo hablando un poco sobre el director y no sé si merece la pena hacer una review. ¿Nunca te ha pasado lo mismo? Realizar un trabajo o proyecto a cerca de un tema del que has visto gente desgranando todo cuanto se podía hablar de ello, esa sensación de ¿y yo qué digo ahora? Si ya lo han dicho ellos…
Nobuo Nakagawa fue un hombre cercano con los de su trabajo, comía con los actores, le gustaba escuchar las opiniones de su equipo sobre el rumbo de la película que estuviera rodando, en fin, un buen tipo que rodó cerca de cien cintas y sólo un pequeño puñado de ellas eran de terror. Así es, por raro que pareciera y aunque es considerado como el realizador que lanzó el J-Horror al estrellato en tiempos ya muy lejanos, no era su género predilecto. De hecho tendríamos que agradecerle en parte, la labor al productor Okura, el japo que instigaba a Nakagawa a realizar más pelis de miedo. Gracias che.
La historia gira en torno a dos pibes que estudian teología en la universidad. Una noche desgraciada atropellan a un yakuza borracho y se dan a la fuga. Shiro, el más inocente, noble y con la conciencia menos podrida desea contarle lo sucedido a la policía (que ya investigaba el crimen). Pero Tamura, que era el conductor, se lo impide aconsejándole que no desperdicie toda la vida que tiene por delante. Así es, el joven Shiro Shimizu (el famoso Shigeru Amachi) tiene todo lo que cualquier joven pudiera desear: una guapa pareja, buena vida, carrera favorable, su boda en puertas, etc. Lo que el desdichado no sabrá es el futuro horrible y perturbador que le aguarda tras su fuga, una espiral de muertes a su alrededor que a cualquiera podrían hacerle enloquecer.
Karma o no, según el nivel de escepticismo del espectador, son innegables la cantidad de desgracias que le suceden al chico, arrastrando tras de sí un aura negra de mala suerte con la que todos sus allegados y aquellos nuevos personajes con lo que se tope, morirán. De ahí su posterior depresión durante el resto del film. Además el pecador atraerá al pecador, como las moscas a la mierda y también contemplaremos como termina rodeado de asesinos a los que les espera su misma suerte, el infierno. Una suerte muy recurrente también es el tema del propio infierno in il filme, distinto del concepto occidental en cuanto a ideologías religiosas (el protagonista estudiaba teología, recordemos). Digo esto porque el concepto que trata la película como “infierno” es en verdad el limbo en la religión budista, una zona de transición donde el pecador sufre por sus actos en vida para así, curarse y liberarse. De hecho de esta forma es mostrado en la peli.
Como bien denota, la obra se divide en dos arcos. El primero es donde atendemos a los personajes, su ser y su relación con el protagonista. La segunda es el propio infierno, donde partiendo del Río Sanzu (apología a la figura de “Caronte” tal vez) terminarán en los dominios del Rey del Infierno, Enma. Allí todos y cada uno de los personajes sufrirán los ocho infiernos, cada cual más atroz y repulsivo que el anterior. Y he aquí donde empieza lo bueno…
Bien, Jigoku posee tres elementos que la hacen única: fotografía, trama y decorados. Un guión que da vida a la película, unos decorados donde se desarrolla y un medio de transición, un canal, que lleva los hechos al espectador de la mejor de las maneras posibles. Aquel que indague un poco sobre esta producción rápidamente dará con algo relevante, el tema del presupuesto. Y es que el estudio encargado, la Shintoho se encontraba en quiebra, y Jigoku era su Final Fantasy, pero la diferencia con Square Enix es que aquí sólo hubo una parte.
Ya nos encontremos tanto en el primer como en el segundo arco, se dejan ver en casi todas las escenas, diría yo, una sobrecarga barroca de luces y sombras, que, encajadas como por capricho del cineasta, componen actos de auténtica belleza intensificando mensajes de los diálogos o sensaciones de personajes, por no decir remordimientos del propio protagonista. Por ponerte un ejemplo sin spoiler dañino: Tamura convence a Shiro de que no confiese el crimen y que guarde silencio. Esto es narrado en una habitación, de día, pero en total oscuridad, que atrapa a ambos personajes. Shiro cabizbajo e intranquilo en la esquina agolpado contra la ventana y Tamura sonriente y maquiavélico paseando su mirada por la estancia. La narrativa es preciosa. Teniendo esto en cuenta, trasládalo al infierno. Todos los fondos son oscuros o dan la sensación de que es de noche (como en casi todo el metraje), ello sumado a lo desolador que parecen los paisajes quedan a merced del único elemento visible en pantalla, las escenas de tortura o violencia explícita.
Es una auténtica maravilla para los ojos contemplar tal barbarie de tintes rojos, efectos de la vieja escuela, cartulinas giradoras y material plástico tan buenamente exprimido (lo que tiene aprovechar hasta el último yen). Esta labor merecedora de varios premios de la academia japonesa, se complementa con una trama que rara vez se haya visto en el cine, al menos de una forma tan grotesca y sensible a los menos experimentados. De hecho esta producción desencadenaría sin quererlo tres remakes:
-Jigoku de Tatsumi Kumashiro (1979)
-Japanese Hell de Teruo Ishii (1999)
-Narok de Tanit Jitnukul, Sathit Praditsarn y Teekayu Thamnitayakul (2005)
Paralelamente puede que ese sea su principal problema, el talón de Aquiles del Infierno. El producto con marca Nakagawa no cuajó entre los japoneses. Y para sorpresa del estudio fueron los más jóvenes los auténticos acérrimos al film, aquellos a los que más les había gustado. Algo insólito teniendo en cuenta la época, el rumbo del cine de terror y la propia película. Por ello mismo lector me gustaría aconsejarte antes de nada, por si te han entrado ganas de verla, ¡alto! No es para todos los gustos, puede llegar a aburrir si el cine aún con influencia kabuki te molesta, o si los FX’s legendarios no se asemejan a los del mercenario Michael Bay. Son polos muy opuestos, lo sé, pero el miedo y pavor que dio en el año 1960 no se puede tratar ni igual siquiera, a lo que hemos sido acostumbrados en el siglo XXI. Agárralo con pinzas si quieres pero, sin lugar a dudas sigue siendo una joya y pionera para el cine de terror japonés e internacional.
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